Sentada en un atardecer de verano, con una suave brisa blandiendo a sus anchas, mi vaporosa falda en el patio monasterial, solo el sonido de la naturaleza suena alrededor.
Los pájaros alegras trinan agradeciendo la sutil brisa que les alivia, un ruidoso grillo lanza su canto esperando que su hembra aparezca y requiriendo, ¿Por qué no? Su pequeño protagonismo en la tarde tranquila., retando a los pájaros.
En la fuente milenaria del centro del patio, un zángano revolotea detrás de una coqueta abeja que, haciéndose de rogar, juega con su particular baile, incitándole a retar a la reina y llevarse su amor.
Extrañamente tranquila recibo con agradecimiento el sonido del canto gregoriano de los monjes del monasterio, trasladándome una paz que pocas veces antes he sentido, apartando de mi mente desamores, tristeza y esa soledad que lleva anclada en mi tantos años.
Veo pasar el tiempo serena, mientras observo que el cielo azul va dando paso a nubes amenazando tormenta de verano, el aroma a tierra mojada, el sonido de un trueno a lo lejos, hacen que me alegre, me gustan las tormentas.
Bajo los soportales del monasterio me siento protegida, los luminosos y voraces rayos atravesando el cielo, el sonido atronador de los truenos, el viento, la lluvia cayendo furiosa, hacen que me sienta viva.
La extraña mezcla del canto de los monjes y tormenta, provocan en mi, el atisbo de mi otra yo, la que tenia sueños, la que quería avanzar y lo hacia, esa yo que ahora desconozco y que por unos momentos he recuperado.
Ahora, con el aire impregnado del aroma de los cirios, incienso y velas de la capilla, el olor a tierra húmeda del paso de la tormenta, de la que solo quedan pequeñas gotas que deslizándose por los árboles traviesas juegan con las hojas haciéndoles cosquillas, consigo el sosiego tan deseado.
Aun resuena algún trueno en la lejanía, y yo solo puedo pensar en una cosa, estaba preparada para todo, menos para tu llegada.
Los pájaros alegras trinan agradeciendo la sutil brisa que les alivia, un ruidoso grillo lanza su canto esperando que su hembra aparezca y requiriendo, ¿Por qué no? Su pequeño protagonismo en la tarde tranquila., retando a los pájaros.
En la fuente milenaria del centro del patio, un zángano revolotea detrás de una coqueta abeja que, haciéndose de rogar, juega con su particular baile, incitándole a retar a la reina y llevarse su amor.
Extrañamente tranquila recibo con agradecimiento el sonido del canto gregoriano de los monjes del monasterio, trasladándome una paz que pocas veces antes he sentido, apartando de mi mente desamores, tristeza y esa soledad que lleva anclada en mi tantos años.
Veo pasar el tiempo serena, mientras observo que el cielo azul va dando paso a nubes amenazando tormenta de verano, el aroma a tierra mojada, el sonido de un trueno a lo lejos, hacen que me alegre, me gustan las tormentas.
Bajo los soportales del monasterio me siento protegida, los luminosos y voraces rayos atravesando el cielo, el sonido atronador de los truenos, el viento, la lluvia cayendo furiosa, hacen que me sienta viva.
La extraña mezcla del canto de los monjes y tormenta, provocan en mi, el atisbo de mi otra yo, la que tenia sueños, la que quería avanzar y lo hacia, esa yo que ahora desconozco y que por unos momentos he recuperado.
Ahora, con el aire impregnado del aroma de los cirios, incienso y velas de la capilla, el olor a tierra húmeda del paso de la tormenta, de la que solo quedan pequeñas gotas que deslizándose por los árboles traviesas juegan con las hojas haciéndoles cosquillas, consigo el sosiego tan deseado.
Aun resuena algún trueno en la lejanía, y yo solo puedo pensar en una cosa, estaba preparada para todo, menos para tu llegada.