Sube la lluvia del suelo elevándome del fango, laboriosa tarea, pues mis pies siguen enredados en las raíces descompuestas que un día quise arrancar, adhiriéndose aun más a ellos.
Hiedra venenosa invadiendo mis venas furiosas de ira, derrotada de anhelos, correcciones de un presente de tramposo futuro.
Marcando la luz de la vela, la noche, impertérrita, hace sombras en la pared del blanco cielo de nieve, como si se burlase de mi inanimada capacidad de moverme, comunican cambios que preciso.
A diario, mi empeño se derrumba, no hay cambios, ni primaveras floridas, hay un otoño abrasado de hojas caídas, de rojos crepúsculos, de ramajes pobres, de nostalgias asumidas, de noches añoradas.
Cotidianamente, quiero el veneno de esas hiedras, susurros de una paz anhelada, mas siempre hay luciérnagas que me desprenden de ella, miradas que ahuyentan el veneno y afrutados besos de impagable calor.
Carmen