El Levante asoma su furia trayendo aromas que pensaba ya perdidos.
Los fantasmas de los castillos en el aire que construyó en su día, que pensaba ya destruidos asoman perfectos, hasta le hace ver las escaleras para llegar a ellos, al parecer su corazón aún está herido, aún tiene sueños, por más que construye muros se derrumban cuando su esencia la traslada el Levante.
Su otro yo, el práctico, va trayendo las piedras del antiguo dolor, va construyendo un nuevo muro, esta vez creando un laberinto difícil de desmoronar, la pone la máscara de todo va bien, enciende un cigarro para encubrir esa esencia y hacer que recupere su hipocrita vida servil mientras mira ese mar furioso sintiendo envidia, él puede revolverse, ella se queda estática con su perfecta mascara, con su cigarro en los labios, con las manos frías, los pies descalzos, y el corazón aun roto dentro del laberinto empedrado.